Cuando empiezas a perdonar, todo empieza a funcionar
- Roger Alvarez

- 11 jul
- 2 Min. de lectura

En el recorrido de la vida vamos acumulando muchas experiencias. Algunas son hermosas, otras dolorosas. Y si no aligeramos esa mochila, poco a poco se va llenando de traumas, de cargas emocionales, de vivencias desagradables que no hemos digerido del todo.
Pero llega un momento en que algo dentro de ti dice “basta”. Decides ponerte en marcha, remangarte y caminar hacia dentro. Emprendes el viaje espiritual, ese camino interior que te lleva a mirar con honestidad lo que duele… y también lo que está pidiendo ser liberado.
Y entonces descubres el perdón. No como una idea bonita, sino como una práctica viva, transformadora. Una práctica que, cuando nace del corazón, aligera profundamente tu equipaje.
Perdonarte a ti mismo es un acto de gran compasión. Dejar de fustigarte por lo que hiciste o no hiciste en el pasado. Reconocer tus errores sin quedarte atrapado en ellos. Y también, dar el paso sincero y valiente de perdonar a los demás. Quizás esto sea lo más difícil… pero también lo más liberador.
Cuando empiezas a perdonar a tu familia, a tu infancia, a las personas que te hicieron daño, algo mágico ocurre: se abre el corazón. Y con esa apertura llega una sensación de amor puro, sincero. Una ligereza que no sabías que era posible. Una sanación profunda que no viene de fuera, sino de dentro.
Perdonar no significa que todo esté bien. No significa que apruebes lo que pasó. Significa que decides no quedarte atrapado en ello. Que eliges soltar el peso, respirar más libre, mirar hacia adelante con más claridad.
Como decía San Ignacio de Loyola: “El que huye del perdón, huye de la paz.” Y es verdad. Cuando evitamos perdonar, prolongamos nuestro sufrimiento. Pero cuando abrimos esa puerta —aunque sea poco a poco—, algo dentro empieza a sanar.
Cuando empiezas a perdonar, todo empieza a funcionar.Porque el perdón no arregla el pasado… pero transforma tu presente.Y eso —créeme— lo cambia todo.
“El perdón es un regalo que das a tu propio corazón. No es cuestión de cambiar a los demás, sino de liberarte tú mismo del sufrimiento.”— Dilgo Khyentse Rinpoche



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