¿Por qué hacemos postraciones los budistas?
- Roger Alvarez
- 21 jul
- 3 Min. de lectura

Cuando alguien entra por primera vez en un centro budista, a menudo se encuentra con una persona postrándose frente a un altar. Puede parecer extraño, incluso desconcertante. ¿Qué está haciendo exactamente? ¿Por qué se inclina hasta tocar el suelo con la frente? ¿Es una forma de sumisión? ¿Una muestra de fe ciega?
En realidad, las postraciones son una de las prácticas más profundas y transformadoras del camino budista. No son simples gestos rituales: son una forma de trabajar el cuerpo, el habla y la mente para despertar cualidades como la humildad, la devoción, el respeto y, sobre todo, purificar el karma y erosionar el ego.
Origen de las postraciones en el budismo
La práctica de postrarse aparece ya en la época del Buda histórico, hace más de 2.500 años. Los discípulos se postraban ante él, no como un dios, sino como un ser despierto, libre del sufrimiento y lleno de compasión y sabiduría. Inclinarse ante él era una manera de reconocer esas cualidades y abrirse al deseo de desarrollarlas.
Con el tiempo, esta práctica se extendió por todas las tradiciones: Theravāda, Mahāyāna y Vajrayāna. En el budismo tibetano, por ejemplo, es común realizar postraciones largas durante retiros de purificación o como parte de las prácticas preliminares (ngöndro).
Beneficios de las postraciones
Aunque parece una acción sencilla, esta práctica ofrece muchos niveles de beneficio:
1. Purificación del karma negativo
El karma no es un castigo, sino una ley natural de causa y efecto. Nuestros pensamientos, palabras y actos dejan huellas. Las postraciones, hechas con conciencia y devoción, limpian esas tendencias negativas de la mente. Cuanto más sinceras, más nos liberan de emociones, juicios y cargas internas.
2. Erradicación gradual del ego
Cada vez que nos postramos, nuestro orgullo se deshace un poco. Es un gesto radical: poner el cuerpo entero al servicio de algo más grande que uno mismo. El ego —ese “yo” separado, autosuficiente y herido— no puede sostenerse mucho tiempo frente a un acto tan humilde.
3. Acumulación de méritos
Las postraciones generan mérito, una energía positiva que nos acerca al despertar. Este mérito no solo nos beneficia a nosotros, sino que puede dedicarse al bienestar de todos los seres.
4. Desarrollo de cualidades internas
La práctica cultiva gratitud, devoción, perseverancia, presencia y fe. Nos recuerda que no estamos solos, que formamos parte de un camino y una comunidad espiritual.
5. Estabilización de la mente
Hechas con atención plena, las postraciones se convierten en una meditación en movimiento. El cuerpo se mueve, pero la mente se aquieta. Nos centramos en la intención, la respiración y la apertura del corazón.
Una práctica completa: cuerpo, habla y mente
Las postraciones involucran nuestras tres puertas:
Cuerpo: nos inclinamos físicamente como muestra de respeto.
Habla: podemos recitar oraciones o mantras.
Mente: mantenemos una motivación clara y recordamos las cualidades que queremos despertar.
Cuanto más presentes estemos en estas tres dimensiones, más profundo será el efecto.
Un acto de libertad, no de sumisión
Es importante entender que no nos postramos por sometimiento. No veneramos a un dios ni obedecemos a un poder externo. Nos postramos para reconocer nuestra naturaleza despierta, para honrar las cualidades que ya habitan en nosotros, aunque estén veladas.
Cuando tocamos el suelo con la frente, dejamos caer nuestras máscaras, exigencias, quejas y autoimportancia. Nos vaciamos para poder recibir. Nos inclinamos no por debilidad, sino por sabiduría.
Una revolución interior
En un mundo que nos empuja a competir, aparentar y destacar, postrarse es un acto revolucionario. Es volver a la tierra, al silencio, al corazón. Es reconocer que no lo sabemos todo, pero estamos dispuestos a aprender. Es un gesto de humildad y fortaleza, de entrega y transformación.
Las postraciones nos recuerdan que la libertad comienza cuando dejamos de aferrarnos al “yo” y nos abrimos al despertar.
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