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Encontrar refugio en aquello que nos sostiene


Hay momentos en los que todo parece demasiado. El cuerpo está tenso, la mente acelerada, el corazón confundido. A veces es el estrés, otras veces el dolor, la pérdida, la incertidumbre, el vacío. En esos momentos, casi por instinto, buscamos una forma de aliviar el malestar: comer, consumir, distraernos, mirar el móvil compulsivamente, aislarnos o simplemente huir.

Y no está mal. Es humano querer sentirse a salvo. Pero muchas veces, sin darnos cuenta, buscamos refugio en cosas que no nos sostienen de verdad. Nos apoyamos en lo que quizá calma por un instante, pero que no alivia el sufrimiento de fondo. Solo lo tapa.

¿Y si el verdadero refugio no estuviera fuera, sino dentro?

El budismo tibetano ofrece una visión profunda y lúcida sobre esta necesidad humana de encontrar un lugar seguro. Lo llama tomar refugio. Pero cuidado: no se trata de escapar del mundo o encerrarse en uno mismo. No es huir, sino conectarse con aquello que realmente puede sostenernos.

En la tradición budista se habla de refugiarse en las Tres Joyas: el Buda, el Dharma y la Sangha. Estas palabras pueden sonar lejanas, pero en realidad apuntan a una experiencia humana muy cercana, muy real.

Vamos a traducirlo a un lenguaje más cotidiano.

1. Refugiarse en una posibilidad real de transformación

Refugiarse en el Buda no significa venerar una estatua ni tener fe ciega. Significa reconocer que es posible liberarnos del sufrimiento, despertar, vivir de forma más lúcida y compasiva. Y no solo en teoría: esa posibilidad está también dentro de ti.

A veces lo vemos en alguien que ha pasado por mucho y, aun así, transmite calma. Alguien que actúa con claridad, sin dejarse arrastrar por sus impulsos. Esa persona nos recuerda que sí, se puede vivir de otra forma.

Ese es tu primer refugio: la confianza de que existe otro camino, más sabio, más sereno, más humano. Y tú puedes recorrerlo.

2. Refugiarse en un camino que te guía, no que te impone

El Dharma, las enseñanzas del Buda, no son reglas estrictas ni dogmas. Son como un mapa. No te dicen qué pensar, sino cómo mirar. Cómo parar, observar con atención, actuar desde la comprensión y no desde la reactividad.

Refugiarse en el Dharma es decir: “No quiero seguir reaccionando desde el miedo, el enfado o la confusión. Quiero aprender otra forma de vivir.”

No es un camino de perfección, sino de práctica. Un camino que te sostiene cuando todo se tambalea.

3. Refugiarse en una red que te acompaña

El tercer refugio es la Sangha: la comunidad. No se trata solo de monjes o budistas comprometidos. Es toda persona o grupo con quien puedes caminar en este proceso de transformación. Gente que te escucha, que te ve como eres, sin juicio. Que te recuerda lo que vales cuando tú lo olvidas.

Refugiarse en la Sangha no es depender de otros. Es sentirte acompañado en tu proceso, sin tener que fingir, sin tener que estar siempre bien.

El refugio como una práctica interior

Hoy en día solemos refugiarnos en el ruido, la productividad, el consumo, relaciones vacías, pantallas, adicciones sutiles. Pero todo eso es un refugio temporal, frágil, que tarde o temprano se derrumba.

El refugio verdadero no te adormece: te despierta. No te aísla: te conecta. No exige que seas perfecto: te ayuda a estar presente con lo que hay, con ternura y claridad.

Refugiarse no es rendirse. Es un acto de honestidad profunda contigo mismo. Es decirte: “No quiero seguir alimentando lo que me hace daño. Quiero apoyarme en algo más verdadero.”

Y cada vez que eliges no huir, sino estar, reconocer, respirar… estás practicando el refugio.

Conclusión: volver a lo esencial

En un mundo lleno de prisa, ruido y exigencias, encontrar refugio no es encerrarse… es volver. Volver a una base sólida. A lo que es real. A lo que sostiene. A ti.

Eso es lo que nos ofrece el refugio en el budismo tibetano: una manera de cuidarnos desde dentro, con discernimiento y con corazón.

Porque quizás la paz no es algo que se encuentra…Es algo a lo que se regresa.

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