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Cuando el ego se disfraza de recuperación

Actualizado: 14 jun

En el camino de dejar una adicción, hay un enemigo invisible que muchas veces pasa desapercibido: el ego que se disfraza de fortaleza, que se reviste de certezas y se oculta tras frases como “yo ya lo superé” o “a mí no me va a pasar”.

Este ego no es el que consume. Al contrario: es el que se aferra a la abstinencia como una bandera de victoria, pero que no se permite mirar lo que hay debajo. Es el que necesita tener razón, controlar la narrativa y demostrar —a los demás y a sí mismo— que todo está bajo control.

No pide ayuda, porque pedir ayuda implicaría reconocer fragilidad. No se abre a terapeutas, ni confía en profesionales de la salud mental, porque cree que “no lo necesita”, que “ya ha hecho su parte”, o que “nadie sabe más que él sobre lo que ha vivido”. Rechaza la guía, desvaloriza la experiencia ajena y confunde orgullo con recuperación.

Desde fuera puede parecer que todo va bien: la persona ha dejado de consumir, tiene una rutina, incluso habla del pasado como algo superado. Pero si uno se acerca con atención, puede notar que algo no encaja: hay tensión en la mirada, dureza en las palabras, rabia contenida en las reacciones.

El corazón está cerrado. El cuerpo, en guardia. La mente, llena de argumentos.

Este tipo de ego suele construirse como defensa inconsciente ante un dolor no sanado. Duele haber perdido el control, haber hecho daño, haber tocado fondo. Y el ego lo sabe. Por eso se blinda. Por eso levanta una muralla de autosuficiencia, de desconfianza hacia los demás y de juicio hacia quien sigue un camino distinto.

Pero ese mismo escudo que protege también impide la verdadera sanación.

Porque la recuperación no es una cima que se conquista, sino un camino que se recorre cada día, con humildad, con dudas, con pasos firmes y también con tropiezos. Implica reconocer las emociones, atravesar el vacío, permitir el llanto, abrirse al acompañamiento. Es dejar de pretender que todo está bien y empezar a ser honestos con lo que realmente sentimos.

El ego que no quiere mirar esto comienza a vivir en la rigidez. Se expone a situaciones de riesgo con el argumento de que “ya está fuerte”, se rodea de entornos donde el consumo está presente creyendo que “ya no le afecta” y poco a poco, sin darse cuenta, se va alejando de su centro.

Y cuando alguien cercano le señala un posible riesgo, lo vive como un ataque personal. Reacciona con rabia, con desprecio o con argumentos que buscan invalidar al otro. Lo que realmente ocurre es que el ego se siente amenazado, porque alguien está tocando una herida que aún no ha sido sanada.

Acompañar desde la conciencia

Estar cerca de alguien que transita este tipo de recuperación puede ser difícil. A veces incluso doloroso. Porque una parte de ti quiere ayudar, comprender, estar.Pero tal vez la otra persona no está abierta a recibir, y eso genera frustración, tristeza o rabia.

No se trata de salvar a nadie, ni de convencerle, ni de empujarle a ver algo que no quiere ver. Acompañar de forma consciente es aceptar que cada persona tiene su ritmo, que a veces hay que tomar distancia, y que el respeto también es una forma de amor.

También implica cuidar de uno mismo. No perder la calma entrand.o en debates sin salida. No renunciar a tus propios límites para sostener algo que no te corresponde. No responder con juicio, sino con claridad interior.

Acompañar desde el corazón es estar disponible sin invadir.Es sostener una mirada amable, incluso cuando el otro no puede verla.Es no confundir compasión con permisividad, ni amor con sacrificio personal.

Una invitación sincera

Si estás en proceso de recuperación, o acompañas a alguien que lo está, quizás estas preguntas puedan acompañarte:

  • ¿Estoy dispuesto a reconocer lo que todavía me duele?

  • ¿Puedo abrirme a la posibilidad de que no tengo todas las respuestas?

  • ¿Me atrevo a vivir la sobriedad como un camino emocional y espiritual, y no solo como abstinencia?

  • ¿Estoy caminando con el corazón abierto o con el escudo levantado?

La verdadera sobriedad no consiste solo en dejar de consumir, sino en aprender a vivir en contacto con uno mismo, sin máscaras, sin huida, con una atención profunda y despierta.

La recuperación auténtica empieza cuando dejamos de querer parecer fuertes…y empezamos a permitirnos ser humanos.

Y como recordatorio final, una frase del Buda:

“Más que mil palabras vacías, vale una sola que traiga paz.”

Quizás esa palabra hoy sea “rendición”,no como derrota, sino como una puerta de entrada a una verdad más profunda.

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